TodoMonteria

A las mamás y a los papás nos emociona enormemente que a nuestros hijos les gusten nuestras aficiones.

Pero si hablamos de mamás y papás que les apasiona el campo y la caza, ver a nuestros hijos de orejas cuando se nos cruza delante del coche una res en un camino o verlos emocionados y contentos montarse en el coche cuando les decimos «nos vamos a pasar el finde al campo”», eso, para nosotros, nos llena de satisfacción, alegría y, sobre todo, de esperanza.

Nos da aún más fuerzas en los tiempos que corren, en reafirmarnos que la caza es algo natural, totalmente natural, que llevamos en los genes desde que el Homo erectus se puso en pie y comenzó a cazar para comer y, por lo tanto, sobrevivir. Curioso; exactamente igual que hace muchos, muchísimos siglos después. Cazamos como ellos y de la caza seguimos aprovechando sus ricas y saludables carnes.

Aguardo de jabalí. Morales Arce.

El necio nunca se formula preguntas, simplemente, reacciona a lo que, en su momento, el jefe de turno le inculca. Si algún anticaza de hoy en día se parara a pensar que, sin ir muy lejos, sus bisabuelos o tatarabuelos se apostaban o laceaban conejos para calmar su apetito, entonces, quizás, entenderían algo sobre quiénes son y de dónde vienen, y sobre todo, lo natural y humano que es cazar. Es más, todos y cada uno de los carnívoros y omnívoros del planeta tierra son cazadores. ¿Crucificamos al león por ello? ¿Quizás al oso o al lobo ?

Somos cazadores y recolectores por supervivencia y, por lo tanto, instinto generacional. La evolución, las granjas de ganado, de aves y los huertos industriales, poco a poco se han ido encargando de adormecer ese gen que nos hizo y nos sigue haciendo los primeros en la cadena alimentaria de la naturaleza como depredadores (sólo a algunos).

Nuestro primer aguardo

Fue el primero con mi hija y yo no la obligué. ¡Que me caiga un rayo ahora mismo mientras escribo, si la obligué! Simplemente, se lo propuse… y ella contestó: «¡Vamos. papá!».

Sus genes están ahí, mamá cazadora y papá cazador, como todos sus antecesores, ambos amantes del campo y de la caza, y por lo tanto, amantes y defensores de nuestra madre naturaleza.

Emocionante y maravilloso para mí es ver cómo mi hija disfruta de la misma forma de columpios, toboganes o del fútbol con sus amigos del cole, como lo hace de igual manera del campo con su familia.

¡Cuántas veces he pensado y soñado con el primer aguardo junto a mi hija! ¿Cuántas? ¡¡Miles!!

El momento

No sabía qué edad elegir ni en qué momento proponérselo.

Esa tarde, sin más, sin tener nada, absolutamente nada programado ni pensado, le pregunté: «¿Carmen, quieres que vayamos esta noche hacer un aguardo al jabalí?». Su respuesta fue rápida: «Sí, papá».

No había nada preparado, fue espontáneo, tan espontáneo que mi hija en su maleta de fin de semana no tenía nada más que ropita de verano, bañadores y unas chanclas, por lo que tuve que meterla dentro del macuto hasta llegar al puesto, para que no se pinchara con los afilados y secos cardos del verano.

Sin dudarlo un momento, preparé el equipo (doble equipo) y nos pusimos en modo caza ambos.

Qué difícil es narrar aquellos momentos… Miradas, gestos, inquietudes, preguntas, respuestas… Aluviones de emociones teníamos ambos. Esa media hora, desde que salimos de casa hasta llegar al puesto, sinceramente, es imposible de narrar. Eso quedará en mí para siempre.

Mentiría si dijera que no intento inculcar el campo y la caza a mi hija. Lo hago, porque sé que ni el campo ni la caza la va hacer sufrir ni llorar.

Es triste decir esto, pero es una gran verdad, y no quiero entrar en aclarar el porqué; argumentos me da, y muchos, la sociedad en la cual vivimos para hablar así.

Como amante del campo, respeto, amo, cuido y protejo la naturaleza sin peros… Como cazador, respeto, amo, cuido y protejo a cada animal cinegético sin peros…

Pero si hay un animal al cual admiro e idolatro, sin duda, es el jabalí. Lo admiro tanto que, cuando los abato, en muchas ocasiones me quedo a su lado durante minutos observándolos. Respeto absoluto les tengo. Son fuertes, inteligentes y, sobre todo, capaces de sobrevivir donde el mismísimo demonio pediría clemencia a Dios.

Y de todo esto y del jabalí, también le hablo a mi hija.

La espera, su primera, y tal vez, también la mía

Esas casi cuatro horas maravillosas quedarán para mí, para ella, para la gran familia que somos todos los cazadores que, sin narrar ese aguardo, hasta el momento del abate, saben lo que viví.

Para mis amigos, familia y también, y cómo no, para él. Él perdió. ¿Se confundió? No, no se confundió, fue prudente a la hora de entrar al agua, dejando entrar primero al escudero, para, después, a la media hora, dar cara a la charca con los aires en el hocico, como aprendió hacerlo desde pequeño para ir saliendo victorioso y salvándose, quizás, de varios aguardos y de varias monterías a lo largo de sus años.

Este era un guarro de muchas lunas, jabalí experimentado, pero tuvo la mala suerte de que esa gran luna llena del pasado mes de julio quiso hacerle un regalo a mi hija, la pequeña Carmen.

Y, quizás, Carmen, gracias a ese regalo, seguirá con la tradición familiar de buscar y dar caza a los listos y fuertes jabalíes. Sin duda, creo que será así. La atención que prestó, el silencio que mantuvo con tan sólo cuatro años durante varias horas de aguardo, os aseguro que muchos aguardistas experimentados no son capaces de mantener. El abate del animal lo afrontó con valentía, pero, sobre todo, luego observé en ella el mismo respeto hacia el animal que siempre mantengo yo, su padre, y es que de genes va la cosa…

No seré yo quien obligue a mi hija a cazar, pero también os digo que me tendrán enfrente todos aquellos que se lo prohíban.

Sin duda, es y será mi gran aguardo….. El de ella, no sé… Ella decidirá y valorará si fue el mejor, el primero o el último.

Nota

Algunos pensarán que aprovecho esta, su primera luna, para defender lo que no entendéis. Pues no, aprovecho su primera luna para pelear por ella, para que sea libre en decidir si quiere ser cazadora o no.

Si decide ser cazadora, no hace ningún mal a nadie; simplemente, sigue la evolución natural de los «depredadores». Y así, también, algunos «veganos» coman ricas y saludables carnes de caza mayor y menor en los mejores y más caros restaurantes del mundo.

Y si alguien busca alguna connotación política en este texto, he de decir que para mí es tan dictador y, por lo tanto, rechazable, el que prohíbe lo natural, de sentido común y, sobre todo, legal (como la caza), sea azul, rojo, morado o verde…

¡Viva la caza y el mundo rural!

Y sin el mínimo miedo ni perjuicio, firmo este texto de nuestra primera vez…, de nuestro primer aguardo bajo la luna llena del mes de julio del año 2023.

José Morales-Arce