TodoMonteria

Anda que no vale duros el perro. Y eso que parece que está tonto- que está bolo, como dicen los toledanos-. Y así que le puso el nombre. El Bolo gasta buena genética, hasta apellidos tiene el chucho. Viene de la línea de Germania y al dueño le ha costado más de un carraspeo de garganta por muchos dólares que tenga en el banco. El Bolo no parece tener muchas luces… pero a vientos no hay quien le gane. El Bolo, con su aspecto tontorrón, está siendo el chiste en la junta de esta mañana, porque andan de montería de amigos en una sierra extremeño manchega y los colegas -como buenos tocapelotas- han de reírse hasta de la sombra de uno:

-Menudo chucho, compadre. Te habrá costado un cerro de pesetas pero yo desde luego no encuentro sogajo con el que ahorcarlo. Si está atontado, ¿no lo ves?

              El perro es achocolatado, orejón, de mirada triste y bastante noble. El perro, según le contaron al dueño, ha sido campeón de campeones y te distingue unas bragas concretas en una residencia de estudiantes. Y el nombre originario era “no sé qué”… Pero los amigos de Iñaki -el dueño- le bautizaron con el nombre de Bolo. Para incordiar, que es lo propio.

              Total que Iñaki, barbudo, metido en años y bastante espeso en maneras, no es precisamente el tío con más suerte en lo venatorio. Sueña con matar un buen verraco -uno de verdad- y por ello jamás pierde la comba. Y hasta los montes próximos a Baviera se fue a por el chucho. Y se lo ha traído de estreno a la montería de casa de un conocido.  Tras las bromas, el sorteo y los rezos le ha tocado en el 4 de la Cuerda del Tambor. En el 5 hay un amigo y en los dos anteriores también. Aunque los puestos no se ven sabe que está bien rodeado. El perro se estrena hoy y parece no dar guerra. Cagüen la mar que hasta hace sol y apetece un trago de vino. Iñaki se siente contento por los caprichos de la vida. Y el perro lo nota y hasta menea el rabo. Qué bonito es montear. Iñaki da gracias al cielo por el día tan estupendo y no olvida eso de que la caza es como la suerte, que aparece donde menos te los esperas.

              Qué somanta de tiros, madre mía. Ha tirado toda la armada y de la suelta no hace ni un rato. Pero Iñaki sigue sin descargar la pólvora de su paralelo, eso sí con esperanzas. De pronto el Bolo levanta la cabeza y señala con su mirada un veredón que hay a la izquierda. El montero aprecia el gesto, quita el seguro y, sigiloso, ve asomar las sienes de un apuesto verraco. Lo dejó fulminado. Menudo cochino, qué prudente… ¡y qué perro! Si no es por él se escapa el gorrino…. Dios existe. Viva la perra que te parió, granuja, y hasta le convidó a un beso en la frente.

              Pero ahí no acaba la cosa, porque el lance se ha repetido y por otro veredón le ha roto otro cochino macho, mayor aún que el primero, y el perro lo ha marcado de la misma forma. Y de la misma forma el montero lo ajustició nada más salir a lo limpio. Dos guarros machos con colmillos…. ¿¿Pero estamos locos?? La suerte estaba reservándose para Iñaki, y hoy era su día.

              La montería continúa, los disparos también. Esta vez los perros laten la carrera de una res y la meten en el cortadero. Iñaki suelta los dos balazos de su express sobre las costillas de otro cochino. Se acerca a verlo. Imposible. Otro cochino grande. En una finca abierta. Madre mía que me pellizquen porque a este perro yo me lo cuelgo al pescuezo a modo de amuleto.

              Termina la montería. Iñaki ha marcado sus tres reliquias, enfunda el rifle y recoge los trucos como un niño el día de su primera comunión. Llega José María, del puesto 5, contrariado, porque ha tirado un cochino cojonudo y se le ha ido pinchado. Coño Iñaki, suelta al chucho este en el rastro a ver si es cierto que vale para algo. Iñaki accede. Llegan al 5, al puesto del amigo, y el perro toma la vereda seguro de lo que hacía. Guau, guau, guau… Y llega justo a uno de los tres cochinos de Iñaki -al mediano-. El barbas es montero de leyes y cede el animal a su legítimo propietario. Coño, iba a ser mucho tres verracos en un puesto. Buen trabajo Bolo.

              Recogen trastos y llegan al puesto número 3, ocupado por el amigo Juan que anda de cabeza porque ha matado dos cochinas a una piara y trasero venía un guarro grande al que pudo mandar una bala pero no dejar seco. Hay restos de huesos y algo de sangre. Echadme una mano, coño, que es un aparato. Total que los tres monteros se ponen a buscar con la ayuda del Bolo y el animalito, idénticamente como hacía unos minutos, coge el rastro sin dejarlo y… guau guau guau…. Llega al puesto de su dueño a señalar el más pequeño de los tres verracos. ¡Joder con el chucho Iñaki! ¡Menuda joya! El montero de las barbas andaba ya con un cabreo de colores; el perro funcionaba bien, demasiado bien. Y lo que era el puesto de su vida se había dividido en tercios para vanagloria de sus amigotes. Menos mal que el verraco grande, que seguramente sería el cochino más grande de la montería, ese estaba ya a salvo…

              Van camino del tractor que les llevaría al cortijo. Al llegar al puesto número dos andaba esperando el joven amigo Leopoldo. ¿Dónde andabais? Los colegas cuentan la hazaña del perro y el joven montero dice:

-Coño Iñaki, he tirado un cochino macho bastante bueno justo en aquella madroña. Dos gotas de sangre y nada más. Haz el favor de soltar el perro a ver si damos con él porque es bien bueno…

              La respuesta fue rotunda. Porque  Iñaki, liándose doblemente la correa en la muñeca, dispuesto a matar a quien le plantase cara, cogió al perro bajo el brazo, sujetándolo fuerte, y bufó:

¡¡Los cojones, que luego se me escapa y no hay dios que le eche mano!!

M.J. “Polvorilla”