TodoMonteria

APUESTA

En todas las veredas recorridas siempre hay alguien a quien agradecer algo. De todas sin excepción. Pocas veces a dos hombres, muchas a varios. Una al menos a un señor. Siempre.

 

Estoy en mi cárcel de barrotes de oro. En la inmensidad de las sierras donde quiero perecer. Soy cautivo de mi propio sueño. Lo que siempre deseé lo tengo ante mí. Hace un día tibio y nublado. Algo ventoso. La lumbre me da compaña, pero no aplaca mi pesar. Tengo el mundo a mis pies, arrodillado, y me siento infeliz por la derrota ante mí mismo.

 

Siempre hay una bala que recordamos, un amor que fue el verdadero o un lance fallido que era el de nuestras vidas. Un caballo que fue y un potro que será…
Siento desde mi montura que estoy triste porque alguien anónimo se me ha ido… Cierto es que el trabajo te secuestra. Que los compromisos te requieren. Que a veces se puede hacer un todo, pero a costa de perder un mucho. Sale el sol un momento para calmar mi agonía. No hace falta ir a despedirte para saber que en el último tramo del camino fui tu fiel escudero.

 

Estuviste toda tu trayectoria vinculado a la banca siento punta de lanza en Chase Manhattan Banck. Luego pasaste a la Constructora San José primando siempre el señorío y el cariño a todo el que te abordara. Terminaste encabezando una empresa agropecuaria, donde el trato humano era lo que llevaste por bandera. Ahí yo fui tu apuesta y tú mi mejor maestro. Y juntos nos bebimos ese vaso de vida de un solo trago dejando honda y buena huella.

 

Con 28 años me diste la oportunidad más grande que he recibido: liderar el proyecto más ambicioso que cabía en un corazón. Diez mil hectáreas y una ruina latente para echarle ganas y salir por la puerta grande o por la enfermería. Fue mi inconsciencia y tu valentía la que nos aunó.

 

Tuviste que lidiar en muchas plazas, echándote el capote a la espalda para torear con maestría y tu incomprensible capacidad de arrancarle una sonrisa al de enfrente.

 

Esa niña guapa que vimos vestida de fea se llamaba Dehesa de Castilseras y recibió el premio a la mejor gestión europea, todo bajo tu mando.

 

Hoy quiero llorar. Y nunca lloro. Y tengo un nudo en la garganta por no poder haberme despedido de ti en tu último lance. Me come el alma, Jesús, tener un teléfono con el que poder llamarte, con el que pensar «le voy a mandar un mensaje», con el «tenemos que ir a comer»… Y que esto poco que soy es fruto de la apuesta que hiciste por mí y que no sé cómo pagarte.

 

Gracias siempre Jesús Arambarri. Ahora no podrás contar con mi compañía, pero sí con mi oración.

 

Que mi Virgen de Guadalupe te dé amparo bajo su manto. Sin duda te ha llamado a su presencia porque te necesita ahí arriba.

 

Y no sigo más, porque las lágrimas ahora no me dejan seguir escribiendo…
Hasta siempre Jefe.

Lolo De Juan