Llueve a la par que cae la niebla. Tengo frío. Se me ha colado por la crisma. Mi pelo chorrea agua porque al sacar las armadas me faltaban manos y me sobraba todo. No he dado los buenos días a mi caballo y él tampoco tiene su mejor jornada. Ahí estamos, en un alto, junto al perdedero. En la distancia. Viendo la suelta de los perros y oteando que todo y nada acontezca… Llevo tres días sin apenas dormir, sin descansar y no recuerdo cuándo fue la última vez que le eché algo sólido al estómago. Pero la tensión y la incertidumbre me mantienen más activo que nunca. Me calo la capucha. Me encierro en mis pensamientos y contemplo el horizonte que apremia oscuro y movido desprendiendo tormenta y aguacero sin dar cuartel….
Asesino está reunido. Callado. Serio. Su amo igual, encorujado para soportar la temblaera. Aprecio el cielo cárdeno contra la línea de pastos amarillos por el estío y verdes por el otoño. De pronto, en ese horizonte, veo una piara de ciervas que huye zorreada tomando el único escape que no está cubierto. De zaguero viene un ciervo descomunal, de palmas pesadas y con el pico más alto que la nuca. Le pesaba la corona a aquel general…. Y van trotones a huir sin que nadie les vea…
Capucha afuera, espuelas firmes y Asesino que sabe de sobra lo que acontece. Necesito tus pies y tu corazón… Y como siempre mi fiel corcel me dio tres raciones extras de afición. Y allá fuimos. Volando como sólo pueden volar las rapaces sedientas de hambre y hambrientas de caza. Galopamos a tumba abierta montando la bulla justa para cambiar el careo de los que de careo iban a su salvación.
Logramos volver al grupo y -ahora sí- hago estallar mi látigo para acelerar su carrera que va directa al uno del camino. Cae agua y el aire se menea. Pero más se menean mis espuelas y la banda sonora de la escena es «ahí va el venao, ahí va el venao».
El Montero, experto en estas lindes, lo deja cumplir y le manda un balazo que no cumple su cometido. El ciervo se recompone del susto y aviva la marcha, directo a tomar el perdedero de nuevo, ya sin titubeos, sin máscaras, sin caretas… Porque todos sabíamos lo que allí se estaba cociendo.
Ahí fue donde vi que bajo mis pies no había un caballo sino un Pegaso… En ese instante supe que ese alazano tiene origen divino y divino es por bendición apostólica. Porque estiró manos y pies. Bajó cuello y comenzó a resoplar. Y salto retamas, alambradas ganaderas y pizarras en punta…
Y logró cortar la huida del protagonista de la jornada. Logró meterlo en la Armada de Barrancos… Y logró que el venado que todos los Monteros sueñan, fuera ajusticiado con nobleza y gallardía…
Te superas cada día. Cada lance. Cada momento. Siempre.
¡Que la Virgen de Guadalupe que llevas en tu montura de ligereza a tus remos y salud a tu corazón!
M.J. “Polvorilla”