PREMIO DEL 1º CONCURSO DE RELATOS CINEGÉTICOS DEL SAFARI CLUB INTERNACIONAL

31/03/2015

 

Real Club de Monteros. Marzo 2015

 

El Safari Club Internacional ha instituido el Concurso de Relatos Cinegéticos, en cuya primera edición ha decidido galardonar a nuestro Socio Junior, José Rodrigo Nieto Basarán, miembro de la acreditada familia montera que se distingue por el apellido Basarán, por su relato titulado «Una cierva medalla de oro», del que tenemos el placer de incluir en este comunicado.

Reciba nuestra más efusiva enhorabuena, ya que reúne el mérito añadido de la juventud de su autor.

 

 

“UNA CIERVA MEDALLA DE ORO”

Febrero, se acerca el final de la temporada, yo apenas había empezado a tirar en montería aunque bien es cierto, que horas de campo tenía unas pocas, ya que desde que cumplí 6 años empecé a acompañar a mi abuelo y a mi madre de morralero, lo cual espero poder hacer aún muchos años.

Llegué el viernes del colegio tras una semana que se me había hecho eterna, deseando que llegara el sábado para coger el zurrón, el abrigo y echarme al monte con mi abuelo. Esa noche, como de costumbre, apenas pude conciliar el sueño, y por fin después de dar cien mil vueltas en la cama y mal dormir unas horas sonó el despertador. Después de vestirme y desayunar bajé al portal y allí estaba el abuelo con su purito en la boca esperando.

Cazábamos en «Garbanzuelo», una finca preciosa a la que se llega serpenteando por un camino que sale de Navas de Estena hasta coronar la «Cuesta del Lagarto», y a la que tengo especial cariño por haberla cazado siempre entre amigos y familia desde que empecé a montear.

Se monteaba el ojeo chico, «Cerro Molino», una mancha muy cochinera y con un monte muy espeso de brezos, jaras, alcornoques, labiérnagos y encinas.

 

Nos tocó un puesto al lado de la casa en el «Barranco de Majolejo», mi abuelo conocía bien la mancha y no iba disgustado con el puesto, ya que decía que no era mal escape para un guarro grande. Llegamos al puesto que estaba en una barrerita haciendo tiro a una querencia, y por el otro lado a un barranco que bajaba desde la misma querencia.

Después de colocar todos los bártulos y atar a nuestro teckel «Bruno», soltaron los perros y ahí estaba el abuelo sentado con su purito en la mano y el rifle en las piernas. Sonaban ladras y tiros por todos lados, ¡que espectáculo! Los perreros ya estaban llegando al cerro que teníamos delante y del que teníamos la esperanza de que saliera nuestro solitario. Entraron unos podencos punteros y ya empezó el baile, carreras de un lado para otro y yo como loco intentando escuchar si se acercaba algo, porque «Paquito» se ha quedado sordo de pegar tiros.

Por fin parece que viene una carrera, los perros cantando y algo que arrollaba el monte se iba aproximando cada vez más a nuestra postura, se me salía el corazón por la boca, y eso que yo no tiraba, ya le indico al abuelo por donde viene la carrera, se levanta, se encara hacia el barranquete y apareció una cierva corriendo como alma que lleva el diablo, de repente pum, se derrumbó la cierva y llegaron tras ella los perros con la ladra que tan bonito lance nos habían brindado.

Después del lance miro a mi abuelo y le veo sentado otra vez agachándose a por el purito que había dejado caer antes de echar mano al rifle. Le temblaban las piernas así que me apresuré a recogerlo yo y se lo di. «¡Toma abuelo! Para celebrar el lance» pero no paraban de temblarle las piernas y ya le digo «Oye ¿tienes frio?» a lo que me responde «No, es que nos ha entrado tan cerca que he oído la carrera y de la emoción aun me tiemblan las piernas».

¡Cómo podía ser posible que ese hombre con todas las reses y cochinos que ha matado pudiera ponerse así con una cierva! No tiramos más aunque fue un día que nunca olvidaré, porque aprendí una gran lección, la vida de una cierva vale exactamente lo mismo que la del mejor cochino de la montería.

Esa cierva no está colgada en casa como los grandes venados o los cochinos con buenas defensas, pero jamás olvidaré ese día de caza en que una cierva estremeció al más veterano de los monteros, así que desde aquí brindo mi relato a aquella gallarda cierva que hizo que nos volviéramos a casa como si hubiéramos matado el guarro de nuestras vidas.

José Rodrigo Nieto Basarán

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