TodoMonteria

Carta previa a la celebración de una montería comercial en una casa particular.

En cualquiera.

 

Y llueve… Un día de esos para quedarse en la cama con la mujer de otro. Para enroscarse bajo la manta aprovisionado por un buen libro y una estufa con un cesto de leña al lado. Para mirar a través del cristal lo dura y ardua que es la naturaleza cuando se pone a bailar moviendo las caderas en mitad de un rock and roll. Y cuando ves el campo así de embravecido te choca recordar cuando estaba seco y en calma, con la calima y un sol ardiente. El campo es como la mujer, hermoso e imprevisible. Cuando quiere ser amable se viste de primavera. Cuando quiere ser tosco se embute en harapos de invierno y saca toda su furia a taconear.

Ahí andan los caballos en su cerca. Mis jacos no conocen los techados ni los muros. Se protegen bajo los alcornoques, en los barrancos y grupa contra el viento soportan lo que les echen. Así son, duros como estas sierras. Y nunca enferman. Con pelo largo típico de la estación pero gordos y rollizos que para eso tienen heno y pienso de sobra. Los animales deben tener sobrado alimento para soportar las calamidades del clima. Y también los esfuerzos de los días de montería donde se les pide que fichen y echen sobre el monte sus quinientos kilos de huesos.

No me inmuto. Estoy en medio de un huracán, pero protegido dentro de casa. Ni pestañeo. El entorno familiar está preocupado y mira el parte cada media hora. Sigo sin cambiar el ritmo cardiaco. Tengo claro a lo que voy y a lo que vamos. Llueva o nieve. Aunque se abran los cielos y se conviertan en mares. Como que hay Dios que suelto mis dieciocho recovas a poner patas arriba esa sierra. A cazar se viene en mangas de camisa o con un mono térmico. Pero no se mansea. Si llueve, nos mojamos. Luego nos secaremos en la candela. Si ventea, nos abrigamos. Y si hace niebla habrá que aguardar un poco a que levante, por seguridad, no por comodidad. Pero no somos terrones de azúcar, que quede claro. Y en la organización de una gran montería hay detrás tantas ilusiones y preparativos que no se pueden borrar de un plumazo con la barata excusa de “hace malo”. Para eso creó Dios el fuego y dio a sus hijos la capacidad de controlarlo en una lumbre. Sigo sin pestañear.

Ayer limpié los delantales con esmero, con doble capa de sebo de cerdo y después, una vez secos, otra de betún. Pasé el cuchillo por la chaira un par de veces, el Muela que no hace falta refinar porque tiene filo eterno. También las espuelas y los botos. Repasé mi chaleco de caza para meterle un par de guantes y la gorrilla fluorescente, fea como un cimbel de murciélago, pero necesaria para dar visibilidad en el monte. Doble ración de pienso e higos para mis jacos, tienen que tener energías para este fin de semana. Repaso de arreos, acciones, estribos y cincha. Limpieza de bocados (además les echo miel para que tengan mejor tacto a la boca del caballo) y comprobante diario de que los suelos de Talibán están a punto y con las widias fijas y ranillas saneadas.

Con este viento hay que dar los últimos repasos de que no se haya volado ningún señuelo que marca la situación de los puestos. Anoche llovía y se mecía el aire ábrego. Antes de la aurora he mirado desde mi puntal la querencia de las reses en estos tiempos movidos. Creo que hemos acertado en cortar la mancha así porque con el temporal la solana está desapacible.

Todos siguen nerviosos. El parte, mira el parte a ver si ha cambiado. No me preocupa. Lo juro. Aún recuerdo hace dos lustros, en aquel día en que estaba en juego el honor (moneda que no se puede comprar ni vender) cuando a lomos de mi fiel Asesino (¡ay, cómo te echo de menos amigo!) que en el trayecto de la salida de la última armada a la suelta, en esa escasa hora, azotó a caballo y jinete la carga de sesenta litros por metro cuadrado. Y allí, dirigiendo los camiones a la suelta, sin apenas ver y en medio de la marejada más grande que habían soportado mis veintisiempre primaveras, hasta se me cayó una lágrima de la rabia para no dejarme amilanar. La palabra suspender es muy peligrosa. Sobre todo cuando sabes que lo que ha preparado el equipo merece ser recompensado. Y tras no pocos esfuerzos aquella mañana logramos sacar un aplauso al plantel.

No somos terrones de azúcar. Por si a alguien le queda duda o presagio. Los habrá que sí, seguro, en algún lugar. Pero esos campean lejos de las lindes que montea mi fiel Talibán. En otro tiempo conquistamos las Américas. Ahora los cazadores tenemos una misión más ardua: reconquistar el mundo.

M.J. “Polvorilla”