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A lo largo de la historia de nuestra montería se ha hablado mucho de las proezas cinegéticas de los grandes cazadores de nuestro país, propietarios muchos de ellos de vastas extensiones, pero poco o nada se ha dicho del papel que todos ellos desempeñaron en el desarrollo y en la conservación del medio natural.

Todos estos ilustres personajes fueron hombres comprometidos con el medio rural, con la conservación de especies y con la naturaleza, demostrando con su ejemplo que cuanto más se caza, más se debe amar y respetar al medio ambiente y a las reses montunas.

En este sentido, resulta curioso cómo la sociedad actual se empeña en relacionar la palabra caza o cazador con destrucción y muerte, cuando lo cierto es que el ejercicio de la caza genera mucha más vida que la que se le arrebata al campo, y sobre todo es mucho mas respetuosa con el medio ambiente que la mayoría de las actividades que cualquier ciudadano desarrolla a diario en las ciudades, auténticas fuentes de polución.

El cazador, y me refiero a un auténtico cazador  como el que hoy traemos a colación,  es ante todo una persona firmemente involucrada en la conservación de nuestros ecosistemas. Y lo es por convencimiento, no por obligación, empleando en esta empresa parte importante de su tiempo y no pocos caudales.

Todos los grandes cazadores titulares de coto de este país fueron, sobre todo a partir  del siglo XIX, precursores de extraordinarias iniciativas en la gestión medioambiental.  Las  mejoras que llevaron a cabo en estas fincas redundaron en un notable beneficio para la flora y fauna de sus extensas propiedades, lo que finalmente ha constituido un magnífico legado de incalculable valor medioambiental y paisajístico para nuestra generación y para generaciones venideras. Tanto es así, que la mayor parte de los actuales Parques Nacionales de la mitad sur de España se deben a aquellos grandes protectores de la naturaleza. 

Entre estos destacados personajes de la montería que apostaron tiempo ha por una gestión responsable y sostenible en sus acotados, encontramos la figura de un gran señor que lo fue dentro y fuera del mundo cinegético: el duque de Tarifa.

D. Carlos María Fernández de Córdoba y Pérez de Barradas, duque de Tarifa y de Denia, nació en Aranjuez el 15 de mayo de 1864, siendo sexto hijo de los duques de Medinaceli.

Dos veces Grande de España, gentilhombre de cámara de S.M. con ejercicio y servidumbre, Senador del Reino por derecho propio de 1901 a 1923, Maestrante de Sevilla, Gran Cruz de Carlos III y de la Orden de Cristo de Portugal, Tarifa pertenecía al selecto grupo de cazadores que monteaban con el rey D. Alfonso XIII.

De naturaleza simpática y campechana, se le consideró uno de los mejores monteros y más prestigiosos dueños de rehala de nuestra Península. De hecho sus soberbios perros recibieron el premio del Rey en la Exposición Canina de Madrid de 1918.

Como empedernido cazador, el duque de Tarifa practicó todas las modalidades de caza posibles, sintiendo especial devoción por la montería y por el lanceo de jabalíes a caballo, modalidad que le apasionaba y en la que destacó sobremanera. De hecho, se puede decir sin temor a equivocarnos, que durante la época de Tarifa el lanceo en el Coto de Doñana vivió su época dorada.

Pero el duque de Tarifa no sólo ha pasado a la historia de la cinegética española por su habilidad con la lanza de bambú, con el rifle o con la escopeta. Por encima de su faceta cazadora, este gentilhombre ha dejado grabado su nombre con letras de oro entre los grandes de nuestra montería por la labor encomiable que, como dueño del Coto de Doña Ana, desarrolló durante los veinte años que la finca fue de su propiedad.

En 1891 Tarifa casó con Dña. María de los Ángeles Medina y Garvey, hija de los marqueses de Esquivel y sobrina de D. Guillermo y D. José Garvey Capdepón, sucesivos propietarios de Doña Ana. En 1912 heredaría el Coto de este último, entre otras posesiones y bienes.

Cuando su mujer recibió Doña Ana, el duque de Tarifa, Ingeniero del Cuerpo de Montes, puso toda su ilusión, su fortuna y sus conocimientos técnicos en el mantenimiento y mejora de esta gran finca de 28.447  has., cuyo perímetro superaba los 90 km., y que tan extraordinariamente habían gestionado con anterioridad sus anteriores propietarios los hermanos Garvey (con ellos el Coto llegó a las 36.000 has. por compra de fincas limítrofes que, en su herencia, pasaron a otras manos).

La posesión del Coto entre 1912 y 1933 por los duques de Tarifa estuvo acompañada siempre de gran prestigio social y merecido reconocimiento a la extraordinaria gestión que allí desarrollaron. La invitación a Doña Ana se convirtió en el anhelo de todos los cazadores importantes de la época, siendo este prestigioso coto el cazadero favorito de S.M. el rey Alfonso XIII y el lugar donde mató su último venado antes de partir al exilio.

Entre las obras de mejora que Tarifa llevó a cabo en Doñana destacan la reconstrucción del viejo palacio de Medina Sidonia; la construcción de la capilla de la Marismilla; la reparación de las casas de los guardas en La Algaida y la construcción de nuevas casas en Hato de la Villa, Vetalengua, Santa Olalla y Cerro del Trigo; la reforma, ampliación y transformación de la casa de la Marismilla en residencia real; la construcción de la gran cuadra y de las perreras de la Marismilla (hoy derribadas por la administración); la mejora del embarcadero conocido como Muelle del Rey o de la Plancha, posibilitando el atraque de buques de gran calado; el arreglo y la ampliación del cuartel de Carabineros de la Marismilla, cambiando su dotación de infantería a caballería (Doña Ana era un lugar de contrabando) y la renovación completa de los 60 km. de alambrada que rodeaba al Coto para evitar la entrada de ganado doméstico que compitiera con las especies salvajes y dañara la flora autóctona.

En lo relacionado con el personal del Coto, el duque de Tarifa cambió de administrador a su llegada en 1912, nombrando a D. Pedro Ruibérriz de Torres; contrató a más guardas hasta llegar a un número de doce y mejoró sus condiciones salariales. En 1931 cambió la dotación de Carabineros por Guardias Civiles, concediendo a cada uno de ellos un plus de 0,75 ptas. por comida en los recorridos de vigilancia de la finca, aparte de una cabra, gallinas,  un huerto y la manutención de sus caballos. Además, el duque corría personalmente con los gastos de mantenimiento del cuartel que ascendían a una cantidad anual de 3.000 ptas.

Pero donde se volcó en cuerpo y alma fue en mejorar el patrimonio medioambiental de la finca, y para ello empleó sus conocimientos como ingeniero de Montes y gran parte de su fortuna, ya que la gestión del Coto necesitaba de una buena inyección económica todos los años para cuadrar la tesorería. Tarifa, en su condición de Ingeniero, fue el primer técnico cualificado que dirigió Doñana.

Levantó nuevos planos del Coto actualizando los existentes, encargo que realizó al ingeniero Rafael Carrión; cuidó con esmero los pinares que en la época anterior habían plantado los Garvey, llevando estos bosques a su máximo esplendor; trazó una meditada red de cortafuegos por todo el Coto para evitar los incendios que cada año solían arrasar grandes extensiones del mismo y prohibió el encendido de fuego los días de viento dentro del Coto.

Además, realizó la plantación de miles de pinos, a los que abonaba con guano debido a la pobreza del suelo, reforestando así entre otras, toda la zona sur del Llano de Velázquez hacia Corral Grande, y lo más importante, hizo un aprovechamiento racional de la explotación maderera de la finca mediante un turno de cortas limitadas y muy espaciadas en el tiempo en el que la entresaca se hacía con sumo cuidado bajo la vigilancia estrecha del capataz de los pinares José Espinar Toro.

Entre otras cuestiones, este  capataz llevaba un Cuaderno de Señalamiento de pinos que recogía todas estas labores forestales con exactitud. Todos estos esfuerzos dieron trabajo a cientos de personas en una época donde la pobreza y el hambre asolaban a la población.

En lo relativo a la fauna, Tarifa rescindió el contrato de arrendamiento de la caza preexistente, al considerar que los beneficiarios estaban expoliando el Coto, e introdujo el gamo, trayendo ejemplares del Coto Real del Pardo (cosa de la que posteriormente se arrepintió por su gran expansión demográfica y las escasas satisfacciones cinegéticas que producían en las monterías, ya que entraban en piaras sólo a uno o dos puestos).

Además, reguló la forma de montear, limitándola a un par de monterías al año (una reservada para S.M. el rey) y fijó un número máximo de reses para abatir.

Marcó estrictas normas de seguridad durante el ejercicio venatorio, fijó el número máximo de cazadores en quince y monteó siempre con una sola rehala. Estas monterías daban trabajo a más de 50 personas y las reses abatidas eran llevadas a Sanlúcar y Sevilla en su yate “Stephanotis” para repartirlas entre instituciones de caridad y personas necesitadas.

Como cazador conservacionista que era, el duque de Tarifa protegió la fauna del Coto de los competidores directos, los furtivos y las alimañas, aumentando de forma espectacular las poblaciones. El ponderado control de alimañas que llevó a cabo permitió un notable desarrollo de los linces, hoy prácticamente extinguidos por una desacertada gestión. Todo ello repercutió en una abundancia de perdices, conejos, garzas, espátulas y otras especies de aves acuáticas, en cuyas pajareras destacó a un guarda día y noche para evitar el expolio de huevos.

Para favorecer el aumento poblacional de la avifauna y la recuperación de especies menores, limitó las cacerías en grupo de acuáticas y ánsares a una al año, aunque él gustaba de ponerse sólo en el gran Cerro de arena para cazar los ánsares, modalidad practicada en ese entorno de forma única en el mundo.

En resumen, gracias a su gestión cinegético-ambiental, el Coto se convirtió en el mejor cazadero de Europa y en un lugar de belleza incomparable que compartió con generosidad  familiares y amigos.

Durante los veinte años que el duque de Tarifa gestionó Doñana, S.M. el rey Alfonso XIII visitó el Coto en 14 ocasiones, pernoctando en la residencia real de La Marismilla cerca de 80 noches. Era tal la pasión de nuestro monarca por el Coto de Doña Ana que los duques de Tarifa, sin descendencia,  llegaron a plantearse el legarlo a la Casa Real. Las circunstancias políticas posteriores y los acontecimientos imposibilitaron tal opción.

El duque de Tarifa murió en San Sebastián a consecuencia de una operación el 25 de Octubre de 1931, a los 67 años de edad, dejando como universal heredera a su esposa.

Dos años más tarde, el 29 de Octubre de 1933, fallecía la duquesa, finalizando así la etapa de los Tarifa en el Coto y una de las épocas más gloriosas y de mayor esplendor de Doñana. Tras dos años de testamentaría, el Coto pasó a manos de los marqueses del Borghetto, D. Felipe Morenés y García–Alessón y Dª. Blanca Medina y Garvey, hermana de la duquesa, que continuaron con éxito la línea conservacionista marcada por el duque.

Hoy día podemos recordar esta brillante etapa de Doñana y rememorar la gestión encomiable de este Grande de la Montería mediante la lectura de un fabuloso libro, auténtica joya documental, escrito por el actual marqués del Borghetto, D. Carlos Morenés y Mariátegui, titulado “Historia del Coto de Doña Ana. 1865-1.985”, obra que ha sido galardonada el pasado 27 de octubre con el premio Arte y Cultura 2007 del Real Club de Monteros.

Como pueden comprobar, el ejercicio de la caza ha hecho y hace mucho más por la conservación que muchos de los que, amparados en el pesebre de las subvenciones, presumen por ahí de ecologistas y cuyo habitual radicalismo en poco beneficia al medio ambiente. Si no hubiera sido por aquellos propietarios, poco habría que conservar hoy. Basta con ver los actuales entornos arrasados de nuestros pueblos y ciudades.

Aunque a muchos extrañe y otros quieran ocultarlo para resaltar inexistentes méritos propios, el duque de Tarifa realizó una gestión modélica en Doñana en una época en la que no existían palabras como subvención  o sostenibilidad y cuando todo se hacía con un verdadero conocimiento de la naturaleza, a base de “cartera” y mucho sacrificio.

Aquí queda el ejemplo y el legado de este ilustre cazador, Grande de la Montería española. Cazar implica necesariamente conservar la naturaleza y cuidar de su justo equilibrio. Como muestra esta breve reseña.