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Sierra Morena ha sido cuna de grandes monteros, pero pocos han batido sus inigualables manchas con la pasión que lo hizo D. Diego Muñoz-Cobo y Ayala, el aficionado mas bravo y enrazado que ha dado esta bendita tierra.

Diego Muñoz-Cobo nació en Arjona (Jaén) en 1854. Desde que a la edad de 15 años los médicos le recetaron vida de campo y caza para remediar una enfermedad que padecía, hasta su muerte en el primer cuarto del siglo XX, este singular montero estuvo ininterrumpidamente practicando la viril caza de la montería con verdadero culto, hecho que le ocupó 45 años de su existencia, los mejores de su vida según sus propias palabras.

Ferviente cazador y dueño de una de las rehalas mas afamadas de la época, Muñóz-Cobo fue referente para los monteros de aquellos gloriosos años,  llegando a cazar las mejores fincas de las sierras españolas en compañía de grandes y pequeños.

Duques como el de Castillejos, de la Torre,  Arión, Medinaceli o Prim; Marqueses como el de Villaviciosa, Mérito o Viana, políticos, grandes hombres de negocio, personajes ilustres, toreros como el Guerra o El Algabeño y los cazadores de oficio mas famosos de aquellos inigualables años como Capa Negra, Carcunda, El Cano, Malas Tripas , Chiquinaque o Campasolo, procuraron su compañía para compartir emocionantes jornadas de caza en fincas tan señeras como Lugar Nuevo , La Virgen , Cerrajeros, Nava del Asno ,La Centenera, La Torrecilla, Rosalejo, Navamuñón, Valdelagrana, El Tamujar, Pozas Nuevas o  Nava el Sach, entre otras muchas, todas ellas auténticos templos de la montería tradicional española en esta zona privilegiada de Sierra Morena y en una época en donde las pocas reses que encerraban estas vírgenes sierras había que trabajárselas a base de oficio para poderles dar caza.

Y en eso radicó precisamente la importancia de nuestro personaje, en ser un  infatigable entusiasta de esta modalidad de caza, en ser un enamorado de estas inigualables sierras y en ser uno de los dueños de rehala con mejores perros de toda la historia, llegando incluso a afirmar que si en la montería no hubiese necesidad de emplear a estos fieles y bravos compañeros de fatiga dejaría de cazar al instante.

Diego Muñoz-Cobo, cuya familia era propietaria de  extensas dehesas en la sierra de Andujar entre las que se encontraban fincas tan emblemáticas como La Centenera o Navalasno, vivió en una época en la que las expediciones cinegéticas eran duras y penosas, durmiendo durante varios días al raso o en tiendas de campaña, sorteando toda clase de riesgos y penurias para volver exhaustos con apenas media docena de reses.

Excelente tirador, nuestro aguerrido montero usaba escopeta paralela con cartuchos de bala, abominando de rifles, anteojos y todo tipo de artilugios que desequilibraran la balanza en esa lucha de poder a poder que se debe librar entre la res montuna  y el montero.

De hecho, en su magistral obra titulada Recuerdos de Montería, Muñoz-Cobo llega a decir:

Los adelantos modernos son muy de aplaudir; yo los acepto y los admiro, pero pugnan con la verdadera montería donde todo necesariamente ha de ser viril y bravío.”

Además de habilidoso con la escopeta, Muñoz-Cobo era un extraordinario cazador. Sabía orientarse como pocos en cualquier terreno, adivinando rápidamente el viaje de las reses, su lugar de encame y la mejor forma de rodearlas  para garantizar el éxito de la caza, sin escatimar el mas mínimo esfuerzo, por supremo que fuese, para conseguir tal fin. Todas estas habilidades las aprendió de viejos serreños, perseguidos de la justicia, cazadores de oficio y de los mejores postores y guardas de Sierra Morena, quienes se convirtieron en sus maestros y compañeros en múltiples expediciones a lo largo de su dilatada vida montera.

Y es que en aquellos gloriosos años, a los monteros les unía la afición y no el lujo, no entendiendo el monte de mas clases sociales ni de más rangos que el de la experiencia en asuntos de sierra y caza, primando siempre el respeto, el orden y la autoridad del capitán de montería o postor. Eran apasionados de la caza mas que aficionados, que iban todos a una a la hora de batir la sierra tras las reses montunas..

En este sentido, nuestro personaje comenta:

 “Para ejercitar la gran caza de la montería necesariamente hay que pasar trabajos y fatigas…para el verdadero aficionado no existe nunca contrariedades ni obstáculos, porque en vencerlos  estriba el principal goce.

…si en la caza desaparecen los azares, las fatigas y los trabajos, quedando solamente lo fácil y previsto, sería mejor quedarse en las ciudades o en los pueblos. Uno de los principales encantos de la montería consiste en la duda que alimenta y aviva la afición.

 

…Los que sueñen con tirar un par de reses en cada puesto, los que sufran al andar entre precipicios y desfiladeros, los que crean que en el monte se come a hora fija y los que teman que sus huesos descansen en cama dura y soporten de vez en cuando un remojón, esos señores se deben quedar en sus casas y no asistir jamás a una cacería, porque amargarán su vida siendo además obstáculo y fastidio para los compañeros. La vida se alimenta de emociones y el que nos las tiene pasa su vida en el Limbo…

Para valorar lo bueno hay necesidad de haber experimentado lo malo. ¡ Benditos trabajos los que ofrece la caza y el campo!. Las comodidades y blanduras poco a poco debilitan, afeminan e inutilizan al hombre.

Y es que para este apasionado montero ni la lluvia ni la nieve ni el calor ni el frío impedían que saliera al monte acompañado de una partida de leales compañeros a ejercitar esta varonil caza, actuando a veces con excesiva temeridad e imprudencia. En él no había sitio para la pereza o la desidia, por eso todos solicitaban su presencia y su compañía en las monterías.

Pero si como montero cautivó a propios y extraños por su simpatía y buen hacer, como dueño de rehala hizo raya.

Sus perros, cuidadosamente seleccionados a lo largo de tantos años, eran sobresalientes por la casta que traían y por lo cazados que estaban.

Con apenas ocho colleras de perros, la jauría de Diego Muñoz-Cobo  estaba formada por 10 podencos grandes, ligeros y con mucha dicha, 4 cruzados de mastín con podenco y una collera de alanos medianos y ligeros para los agarres. Con esa fuerza era mas que suficiente para poner patas arriba la mancha mas apretada que se pudiera imaginar.

Sobre sus perros, el gran montero de Arjona decía:

Tuve una rehala muy cazada y muy elegida, y la tuve por afición, quizás por vicio, pero nunca por lujo…

Siempre fui muy exigente con mis perros, y todos tenían que ganarse el pan que se comían.

La rehala es el elemento fundamental de la montería. Debe estar equilibrada, tener perros de buena casta y sobre todo muy cazada, siendo el “busca” el perro que asegura el éxito de la montería.”

No me molesta que haya  quien tenga grandes riquezas, buena suerte o buena figura, quien sea simpático o tenga mejor edad que la mía… pero si me importa muchísimo que alguien tenga mejores perros que los míos, porque si tal sucede, no tendré mas remedio que declararme torpe de solemnidad.”

Creo que  con estas palabras queda claro lo que para este apasionado montero significaban sus perros.

De hecho estaban tan cazadas las rehalas que convocaba en sus expediciones,(la suya , la de su hermano Rafael y la de su compadre Rafael Suárez),  que con esas tres jaurías y con apenas 20 escopetas era suficiente para rodear y batir una mancha por muy grande que esta sea fuese.  Y es que entonces se colocaban pasos y no puestos y los perros, criados en la escasez de reses, eran auténticas máquinas de buscar y dar con la caza.

En cuanto a los agarres de jabalí, comenta Muñoz-Cobo en su libro que “ es el lance mas grande y hermoso de la montería al que no deben acudir los que no tengan precauciones y  maestría suficientes para saber lo que deben hacer…,no deben provocarlos los hombres viejos y torpes, pero juzgo que son obligatorios en los ágiles y jóvenes si quieren aspirar al título de verdadero montero.”  

Durante su vida fueron muchísimas las veces que tuvo que acudir en defensa de sus perros, considerando el hecho un lance de honor, y siempre procuró jugar el lance con las precauciones necesarias para evitar graves desgracias. Aun así mas de una vez pasó serios apuros frente a las navajas de un jabalí.

Con lo anteriormente expuesto queda clara la naturaleza de la que estaba hecho el personaje que este mes nos ocupa.

Es por ello que nos encontramos ante uno de los monteros mas puros y enrazados del siglo de oro de nuestra montería. Hombre campechano y simpático que dedicó los mejores años de su vida a crear grandes y sinceras amistades practicando un noble arte que en la Sierra de Andujar, monteros tan bravos y pasionales como él, llegaron a elevarlo a su máxima expresión de pureza y a la categoría de sublime.

Es sin duda Diego Muñoz-Cobo y Ayala uno de los personajes mas destacados de Sierra Morena desde mediados del siglo XIX a mediados del siglo XX, por su forma de montear, su conocimiento de la sierra y su veneración por la Virgen de la Cabeza, patrona de los monteros,  siendo este Grande de la Montería el que sin duda protagonizó de forma mas apasionada los episodios mas varoniles y emocionantes de la montería de su época.

Sirvan estas líneas como homenaje a su figura y como muestra de admiración por su ejemplo y su forma de entender este noble arte, tan lejano hoy día de los principios que con tanta pasión defendió Muñoz-Cobo  durante medio siglo de caza en el monte.

Que Dios lo tenga en su gloria.