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Nos acaba de llegar la triste noticia del fallecimiento en el día de ayer por coronavirus de una de las leyendas de la montería española: el mítico Pedro Castro,  Periquillo Valdueza.

Desde Todomontería trasladamos nuestro pésame a la famiia y amigos y abrimos nuevamente el baúl de los recuerdos para rendir homenaje a este singular personaje de nuestra cinegética que tanto aportó al mundo de la rehala y la monteria.

D.E.P.  D. Pedro Castro. Maestro de Maestros.

 

GRANDES DE LA MONTERÍA: Periquillo Valdueza

Si el pasado mes traíamos a esta sección la semblanza del “creador” e impulsor de una de las rehalas más señeras e importantes de nuestra montería española, en esta ocasión reproducimos el sentir de la persona que junto al XI Marqués de Valdueza, hizo posible que aquel sueño se convirtiera en realidad.

Ha sido sin duda Pedro Castro, “Periquillo el de Valdueza”, el mejor podenquero que ha pisado nuestras sierras desde que la montería es considerada como tal, y el gran responsable de que la rehala del Marqués de Valdueza adquiriera un nivel y una consideración sin precedentes en el mundo de la caza mayor en España.

Quede aquí reflejado nuestro reconocimiento y admiración, y por eso incluimos su nombre con letras de oro entre los Grandes de la Montería Española. ¡Gracias Maestro!.

 

Pedro Castro, conocido como Periquillo el de Valdueza, nació el 14 de marzo de 1926 en una pequeñita casa rodeada de naturaleza, en la dehesa de Los Valles de Retuerta, término de  Retuerta del Bullaque.

Hijo de Manuel Castro Pinto, de Horcajo de los Montes, Ciudad Real, guarda jurado de caza y naturaleza, experto conocedor y conservador de ellas, y de Lucrecia García Ortiz, natural de Navas de Estena de los Montes, Ciudad Real, madre ejemplar, valiente y generosa, ama de casa insuperable por su inteligencia y bondad, heredó de ellos, la inteligencia, la bondad, la generosidad y un talento excepcional para la Naturaleza y los perros.

Nos dice Periquillo: “En el campo nací yo, y no me avergüenzo de ello, la propia Naturaleza me sirvió de un buen maestro, y me enseñó mucho bueno, especialmente el respeto. Y entre la Naturaleza, como una planta de campo, fue donde  yo fui creciendo, y siento pasión por ella, por la caza, y por los perros, y todos los pajarillos, porque me crié como ellos, subiéndome a las encinas, saltando de risco en risco, corriendo por las laderas y llegando a lo más alto acompañando a los perros. Jamás conocí un colegio, me faltaron estos medios, de los que ahora disponemos, con los que siempre soñé, me quedé con los deseos. De niño no pude hacerlo, y después no tuve tiempo, y lo poco que aprendí, fue por mi gran esfuerzo.

 Como en el campo nací, en una cuna de corcho dormí mis primeros sueños, y las manos de mi madre, cuando llegaba la noche, bajo la luz del candil, la cuna iban moviendo, para hacer dulces mis sueños.”

Cuando Periquillo cumplió cuatro años, en unos carros de mulas, que eran los únicos medios  que había en aquellos tiempos, marchó a Piedrabuena, a la finca  San Antón y El Espino, propiedad por entonces de los Velasco Orneros. Su  padre, como guarda jurado, tomaba el cargo de aquello.

Sigue Periquillo: “Desde que era pequeño, mi obsesión eran los perros. Y aprendí a andar con ellos, agarrándome a sus pelos. Cuando tenía seis años, ya cuidaba unas cabritas, y me acompañaban ellos. Aquella pareja de perros, jamás me dejaban solo, ellos eran mis amigos y mis fieles compañeros. Y entre la naturaleza, siempre les estaba hablando. Ellos no podían hacerlo, pero movían el rabo, y veía en su mirada, lo bien que me comprendían”.

“Cuando cumplí los diez años, vino la guerra civil, de agravios y enfrentamientos, que nos amargó la paz, a la que tanto queremos. Y las fincas las incautaron. Mi padre perdió el trabajo, como también perdió el sueldo, y nos marchamos a Horcajo, y hubo que pasar de todo, pero nada de ello bueno, incluso de enfermedades, que nos fueron persiguiendo. Cuando tenía doce años, mis dos hermanos enfermos, el más grande y el pequeño. Mi padre se lo llevaron, para hacer fortificaciones, como si fuese un guerrero. Yo me quedé de cabrero. Más de doscientas cabezas, cuidaba de noche y día. La Solana del Gavilán, y Los Rasos de Naval Aceite,  fueron testigos de aquello. Cuantas noches yo pasé, chorreandito hasta los huesos, sin poder encender fuego, bajo una pequeña lona, con dos pequeñitas mantas. Cuantas noches yo notaba, que aquel frío tan intenso, me congelaba los huesos, y se iba haciendo mi dueño. Me quería poner de pie, pero no podía hacerlo. La pobre de mi madre, antes de pintar el día, se venía desde Horcajo. Aunque el camino era largo, lo hacía en muy poco tiempo. En vez de venir andando, solía venir corriendo, por el miedo que sentía. Traía en su pensamiento, el que uno de esos días, podía encontrar mi cuerpo, congelado por el frío, sin poder poner remedio. Cuando llegaba y me veía, volvía a coger aliento, me preparaba las cosas, y se marchaba otra vez, a cuidar de los enfermos. Se la veían las lágrimas, aunque no quería hacerlo, para darme más consuelo. Yo me quedaba llorando, tal y como confieso.

Cuando terminó la guerra, con la mirada en el cielo, Dios estuvo con nosotros, y nos reunimos todos. Y nos fuimos reponiendo, los buenos y los enfermos. Otra vez a Piedrabuena. Mi padre volvió a su puesto, con treinta duros al mes, que cobraba como sueldo. Yo con solo trece años, me dediqué a coger conejos, como ayuda al presupuesto. Y me puse de perrero, con una peña de cazadores del pueblo. Cada uno tenía un perro. Los días que se cazaba, por la mañana temprano, yo me hacía siete kilómetros, desde la finca hasta el pueblo, y recogía los perros, y por la noche otra vez, siete kilómetros de regreso. Y solo por afición, aquí no había dinero, solo una parte de carne, el día que se mataba. Esos días eran los menos.

Mas de setenta años  de  profesión de perrero, pueden parecer  muchos, pero no los suficientes para agotar el manantial de amor a mi profesión y a los perros.”

Periquillo habla de sus perros y dice: “aquella raza de perros, que dieron días de gloria, a tantísimos monteros, viendo cazar a estos perros, que luché tanto por ellos. Eran capaces de todo, no les vi nunca agotados, ni en invierno ni verano, a estos perros noche y día, de lucha y de sufrimiento. Y muchas horas de sueño, tuve que pasar con ellos.

Era tanta la emoción, que movían estos perros, que a la hora de soltar, los que les cogiera cerca, se quitaban de sus puestos, para verles de salir, y extenderse como el fuego, eran como las palomas, cuando esparraman el vuelo, estaban en todas partes recogiendo los aplausos de todos cuantos les vieron.

Siempre montó un espectáculo esta rehala de perros. A donde quiera que fueron, por su forma de cazar, por su raza y por su pelo, marcado con las tijeras, la M   V en el pelo, que fue el distintivo ideado  para ellos.

Tenían sangre de valientes, que tantas veces la dieron, en bien de las monterías, y en favor de los monteros.

Para terminar les diré mis pensamientos sobre los toros y perros, su comparación es buena, por el parecido entre ellos:

Los perros para rehala, han de tener varias cosas, igual que el toro en el ruedo, y si no,  no serán buenos, nervios, presencia y nobleza, no rehuir la pelea, regar de sangre las jaras, igual que el toro la plaza, abrirse mucho en el monte, que disfruten los monteros, y si hay un enfrentamiento, entre un verraco y sus perros, lo resolverá el perrero, demostrándose a sí mismo la capacidad para ello, igual que lo hace un torero, si un toro le sale malo, y es capaz de hacerlo bueno, y cortarle los trofeos, demostrando a los demás, su valor jugándose la vida, para complacer a aquellos, que confiaron en él, para hacerse un buen maestro. Lo mismo son los perreros, que todos no somos malos, ni tampoco todos buenos.

El saber jamás se alcanza, siempre se sigue aprendiendo, hasta que mueres de viejo.”

“Yo cazaba mucho solo, con veinte o con treinta perros, que es como se ven los perros, si son malos o son buenos y daba gusto de verlos, valientes con los marranos, y dando la vida en ello.

Había muy pocos guarros, pero eran más peligrosos, que los que ahora tenemos, porque eran guarros muy viejos, que luchaban con los lobos, y luchaban con los perros, y cierto es que los Valdueza  siempre pudieron  con ellos.

 “Mis más de sesenta años, de profesión de perrero, se los dediqué a los perros, y a los propietarios de ellos. Los Marqueses de Valdueza, pueden sentirse orgullosos, de su rehala de perros, y la fama que cogieron, yo me despedí contento, después de tantos años, llevando las riendas de ellos.

Al actual Marqués de Valdueza, a sus hijos y a sus nietos, un abrazo muy sincero, por haberme permitido, estar tantos  con ellos, intentando ser perrero.”

Y sobre el gran maestro de perreros nos comenta Perico Castejón:

Periquillo después de su jubilación, siguió yendo a muchas monterías porque así se lo pedía Alonso Valdueza y porque también se lo pedían a Alonso muchos amigos que querían verlo y darle un abrazo.

La compañía de Periquillo siempre aporta valor y hablando de perros su conversación no tiene desperdicio. No hay otro como él.

Su talento, demostrado a lo largo de su carrera, es imposible de igualar. Yo llevo 38  años en esto y observo permanentemente a los demás perreros. Los hay bien buenos, pero ninguno le llega “al maestro”, como yo le llamo.

En aquella época, Periquillo no contaba con los medios de hoy, pero él lo suplía con su esfuerzo y sabiduría.

Tenía a Feliciana, su mujer, a la que tanto quiso y que tanto le ayudaba  con los perros cuidándolos cuando él monteaba y estando ahí, apoyando siempre al hombre. Feliciana tuvo mucha culpa del triunfo de Periquillo. Desde el cielo sigue estando entre nosotros y su espíritu se siente como si no se hubiera ido.

Periquillo es como mi segundo padre. Me acogió con 18 años, llevándome acollerado hasta ahora. Y seguimos hablando cada semana, de todo, de perros y de todo.

Mis hijos lo quieren mucho, porque lo han conocido y porque saben lo que yo lo quiero. Me ha enseñado mucho, pero sigo siendo nada comparado con él.

El Maestro sigue ahí, en Piedrabuena. Cuidándolo  están sus hijos Mari Carmen y Pedro Antonio, el famoso pintor “ Castrortega”.

Los recuerdos, las visitas de sus amigos y  Feliciana desde el cielo le dan fuerzas para seguir.

Ayer  9 de agosto de 2011, estuve con él, fui a verle y encontré bien al amigo, al padre y al perrero que sigue siendo.

Le enseñe unos videos de mi rehala, los urracos  que él me enseño a criar. Estaba fuerte y feliz de ver al amigo, de charlar de perros y ver a esos urracos que vio nacer hace ya casi cuarenta años.

A Periquillo, a Feliciana y a sus hijos Mari Carmen y Pedro Antonio, siempre los llevo en mi corazón, pues me he criado entre ellos.

Periquillo ha sido el numero uno como reconocen monteros y perreros. La sabiduría la sigue llevando.

Al maestro de perreros, desde estas páginas le deseamos salud, fortaleza y felicidad y le enviamos un abrazo eterno.

Lances & Ladras nº 7. Julio 2011

 

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