TodoMonteria

 

El hombre no es otro paso más en la carrera que el mundo trae y lleva. Es una estación más en el recorrido del tren, una cantina en el camino donde saciar la sed, una conversación de las muchas que se tienen en un guateque.

Y el hombre en su paso, su estación, su cantina o su conversación, intenta marcar su huella, su color, su simpatía o su interés en función de dónde esté. Para que cuando pasen generaciones se le recuerde, con su miedos o alegrías, con sus intenciones o demoras, pero insistiendo en que un rescoldo de intenciones se forje en los que tomen nuestro relevo.

 Por ello el hombre construyó castillos o puentes. Cortijos o ermitas. Instaló hitos o fuentes. Dibujó lienzos o compuso canciones… todos ellos no son más que un camino iniciado por unos pocos y continuado por los siguientes…

Tranqueo con mi castaño por la reforestación de alcornoques que visten tres lustros en sus nóveles bornizos. Se enmarcaron en un cuadro de raso, amplio en tamaño y desigual en pendientes, pero allí están. Existiendo. Y quien los plantó no verá jamás su fruto, su desuello amontonado en una pila de cien mil arrobas de corcha. Seguramente yo tampoco lo vea. O lo verá él y yo no. Qué sabemos…

Dicen que uno no es de donde nace, sino de donde pace. Y que lo que dicen que es la otra vida, no es otra cosa que el escenario donde siempre has querido estar. Ese lugar que te inspira paz y armonía. Donde se apagan los instintos y los sentimientos tórridos, da igual que sean de odio o de amor. Existen pedazos de mundo que, como estaciones o cantinas, enervan quietud y concordia con el entorno. Y siempre esos lugares se hallan en la naturaleza, mirando a un sol que nace o que muere, con un mar de fondo ya sea de olivos o de oleajes, de desiertos o de riberas… Escondidos en un barranco al amparo del relente o en un collado al socaire.

Supongo que cada uno ahora mismo pensamos en ese rincón, donde añoramos la paz cuando la desdicha o frustración nos entalla del gañote. Y, antes de volcar hacia el cortijo, voy a mi puntal con mi castaño, a despedir el día o dar las buenas noches a la luna, porque desde allí todo se advierte…

 He decidido que para que el paso de los años no se lleve mis memorias la he escondido allí, bajo unas lastras, secreta a los viajeros que no lo saben, oculta a unos ojos que no puedan descubrirla. Está mirando a saliente, como una colmena que necesita del sol para calentar a los suyos. Camuflada entre romeros y jaras, al resguardo del ábrego y también del solano. Protegida de granizos o calimas, de rayos o del mismo entorno… El caso es que está presente y lo estará mientras el mundo siga existiendo.

Allí la oculté, a ojos que pasan de largo o viajeros que no se detienen en sus caminos… Junto a unas arenas donde los venados se tienden o las perdices revolotean. Bajo esa terraza se ve a sus pies las copas de unos quejigos que albergan palomas, arrendajos y mirlos. Y sobre ese altar serrano hay un mirador, ajeno a un mundo que no sabe que bajo él y sobre él, está el principio y el fin de la existencia…

Ayer hacía frío y aire, pero subí a su amparo en secreto. Le llevé un ramo de cantuesos, de esos verdes de tallo y morados de ojos, para pedirle que no se olvide de nosotros en este momento de vacío. Al pisar aquellas peñas mi angustia se tornó en sosiego… Y el aire y frío no hacían mella por lo escondido del terreno.

Me senté junto a Ella… ¡quién pudiera quedarse aquí para siempre…! Cerré los ojos e intenté buscar un lugar mejor donde yacer. Al abrirlos lo vi claro. Porque seguía allí.

Protege a tus siervos que son los hijos de tu Patria, espejo de superación y valentía. Protege a los hijos de esta tierra, Señora de Guadalupe. Señora de la Hispanidad.

¡Viva España!

M.J. “Polvorilla”