Buscando, acechando, husmeando, oteando, campeando… No venimos ni a traer ni a llevarnos. Venimos a aprender. No venimos a sufrir ni a reír. Venimos a vivir, con todo lo que ello conlleva. Sigo sus pasos tras la luna pasada. En mi memoria ya somos viejos conocidos. No sé si es el mismo o es distinto, nunca lo sabré. Es un enemigo o amigo con el que no he quedado pero intento sorprender. Qué extraña es la vida. Pedalear cuesta abajo no genera afición. Lo que la genera es pedalear cuesta arriba.
Las ranas cantan a la par que los mosquitos nos mortifican. Unos viven de otros y éstos viven de molestarnos. La vida es un ciclo cerrado. Dar y recibir, golpear y que nos golpeen. Correr o dormir. Matar o morir. Besar y que nos besen….
Baja un venado al rastrojo prudente. Se detiene y mira hacia atrás. Mi pensamiento es fugaz: vienen más. Así es. Una ristra de animales, como hormigas, despacio, de menor a mayor, dando sitio a asimilar el posible peligro, a jugarse el tipo por el de atrás, por jerarquía, por compañerismo, porque cada uno juega con una pieza en este tablero de ajedrez.
Cantan las ranas y el aire pica de poniente, suave y fresco. Se entremezclan los aromas del rastrojo, los poleos, las junqueras y tierra mojada de un chaparrón no muy lejano. Ojalá existiera un perfume del hogar con estos tintes…
Hay una luna creciente muy tibia, entremezclada por el celaje de un cielo nuboso. Veo su figura que viene directa a la charca donde una baña delata su paso de noches pasadas. La constancia y la frecuencia son enemigos de la seguridad en el monte.
No puede venir franco, me juego las botas a que dará un rodeo para buscar el amparo de un chaparro que tengo enfrente. Si no hace esto es que es o muy joven o muy confiado. Observo su figura contra el cielo en los últimos rayos de luz que dibuja su chepa y su cola bien larga. Es un cochino soberbio…
Entró por donde presumí que entraría, se detuvo en la escasa sombra del árbol para percibir alguna corriente de la rehoya. Pero uno ya peina alguna cana y todo eso estaba previsto. Avanza, avanza despacio. Cada vez me parece más grande. Voy a echarle la luz, una micra de segundo antes de que se esfume. Aviso a mi acompañante, todos listos, se abre el telón…
Desperté en mitad de un sueño. Qué mala pata. Cómo es posible que a una distancia tan corta se pueda errar un marrano tan grande. Me lamento, me cabreo, no cené. Volví al terreno donde mil veces recorrí sus pasos en mi memoria.
Y a mí esto de la caza no me gusta, no me compensa. Pero me saca de quicio. La otra noche me volví a despertar sobresaltado porque aún retumban en mis oídos sus bufidos mientras volaba erizado por el rastrojo con la cola en alto. Errores de unos que servirán de experiencia para otros. Así es la vida…
‘Errores de unos y aciertos de otros’, por M. J. “Polvorilla”