TodoMonteria

‘El viejo guerrero’, dedicado a Owen Beardsmore. Un guerrero de su tiempo.

No podía pasar desapercibido. Era demasiado obvio para cualquiera que echara un vistazo alrededor. Ando en tierras de siembras verdes y caballos con mantas de exterior. De pelirrojos y pecas. De grandes jinetes y buenos cazadores. En el corazón de la Inglaterra que en pocos días corona a su rey. Y he venido a dar con mis huesos a estos prados, en busca del muntjac y del corzo, de la humedad y del fish&chips. De volver a volar los instintos atávicos de los que despertamos instintos al tocar el frío acero de una espingarda.

Pero al lío. Estamos en una torreta a cuatro metros del firme, mirando un entorno delicioso inmerso una primavera que me llena los sentidos de sensaciones. En mitad de un bosque, vigilando un par de comederos donde los cérvidos vienen a marcar territorios y vigilar querencias. Un entorno tan variado y homogéneo que tiene un pequeño claro que no podía estar allí de casualidad.

Mi amigo Owen me comenta que son los restos de una gran árbol, un haya que vigiló aquellos entornos desde que el mundo es mundo. Él solía adormilarse bajo su tronco para hacer algún descanso en su devenir ocasional por aquel coto de caza. Su padre y abuelo hacían lo mismo. Me comenta que bajo aquel enorme sabio pasaron tantas cosas como cosas han pasado por todo aquellos lares, pues era firme insignia de un entorno regio, serio, solemne y taimado. Un rayo lo hizo mil pedazos y acabó con él, de la tierra vienes y a la tierra volverás. El Creador lo hizo y lo deshizo. Pero dejó una huella en el entorno para que sigan hablando de él. Motivos tendrá la providencia para escribir recto esos renglones torcidos.

Un tarde de corzos…

Seguimos cazando, vamos a pasar junto a los restos casi inexistentes de lo que en su día era el rey de aquel entorno, el cobijo y la referencia. El abrazo que todo ser vivo abrazaba. Pero ya no está. Vemos un corzo a lo lejos, mi amigo Owen comienza a rececharlo y un servidor le sigue disfrutando de ser por una vez el acompañante que luego se hace la foto, el que no pinta nada pero cuelga el trofeo. El que ha venido aquí a dejarse cuidar y se distrae con todo lo de su alrededor disfrutando del campo, del verde, y que la caza sea lo que menos ocupe la atención.

Vamos acercándonos despacio al prado donde el corzo iba de careo. Pasamos junto a los restos de aquel haya, del protagonista de la historia. Owen se detiene, se gira mirando al lugar donde hace pocos años aquel gigante seguía siendo testigo del paso del tiempo. Se puso recto y, respetuosamente, dio una cabezada firme. No pude menos que hacer lo mismo y mostrar mi sumisión. Qué detalle más elegante. Respeto al guerrero caído. Qué gran paréntesis en una tarde de corzos.

Dicen por estos lares que un águila vigila el entorno buscando acomodo en algún pino pasajero donde otear la merienda. Los muntjacs patean los restos de aquel lugar y los corzos suelen retozar sobre donde se irguieron sus raíces. Imagino todo con una sonrisa acordándome del viejo rey que residió en aquel bosque que no pude conocer en vida, pero tuve el honor de postrarme ante su tumba.

M. J. “Polvorilla”